Ana Jachimowicz


Camino Espiritual



Tuve mi primer "shock" espiritual a los quince años. 
Estaba en casa escuchando a George Brassens cantar una canción acerca de una anciana cuyo marido había muerto "de muerte natural". El leitmotiv se repetía una y otra vez: "murió de muerte natural". En una de esas repeticiones, una toma de conciencia me cayó encima como un balde de agua fría: yo también era mortal, yo también iba a "morir de muerte natural". Aunque me salvara de morir por accidente o enfermedad, igual moriría "natural" e inevitablemente. 

El impacto fue tan grande que por un rato que me pareció eterno no pude levantarme del sillón en el que estaba sentada. Para mí, hasta ahora, sólo morían los demás. Cuando pude reaccionar, fui a la cocina en busca del bálsamo de la rutina y las presencias familiares. A partir de ese día, para mí lo más importante fue intentar resolver el misterio de la vida y de la muerte. Esquivando la presión familiar por trabajar en el mundo empresario, estudié Filosofía, en lo que fueron seis años de "luna de miel" con los pensadores occidentales, los profesores y mis compañeros y compañeras de estudio. 

Luego disfruté también intensamente la docencia, el estimular y despertar en los alumnos la confianza en su propia capacidad de razonar, y el desafío y la inspiración constante que surgían de sus preguntas e intervenciones.

Aproximadamente a partir de los 33 años, comencé a encontrar insuficiente el enfoque exclusivamente racional de la Filosofía Occidental. Sentí que ésta arrojaba luz sobre amplios campos de la realidad humana, ordenando muchas cuestiones, pero cuando llegábamos a las preguntas que para mí eran las "verdaderamente interesantes" (como por ejemplo : ¿Por qué hay algo y no más bien nada?, ¿Por qué es el mundo así y no de cualquier otra forma? ¿Cómo ocurre la conciencia? ¿Por qué ocurre la conciencia? ¿Tiene sentido la vida? ¿Es la muerte el fin de la conciencia?, etc.), a mi entender la Filosofía Occidental se "lavaba las manos", diciendo: "No, no, esto va más allá de la razón, y por lo tanto no lo puedo contestar." Con lo cual la Filosofía resguardaba su pureza metodológica, pero no me solucionaba mis incógnitas existenciales.

Comencé a pensar que la existencia es más grande que la razón y a cuestionar el poder del intelecto para establecer verdades básicas de vida. Las premisas o axiomas, explícitos o no, sobre los que basamos nuestras vidas, no son establecidos por la razón. Una vez establecidos dichos puntos de partida, la razón construye sus hermosos y elegantes edificios, pero lo que a mí me interesaba no era el edificio, sino sus cimientos: las bases fundantes de la realidad. 

Me di cuenta de que nuestras creencias básicas acerca del mundo y de nosotros mismos no son suministradas por la razón, sino por la fe. Creemos que el mundo es material o ideal, creemos que el mundo es un absurdo, o, por el contrario, que tiene sentido, creemos que somos mortales o inmortales, creemos que tenemos una misión que cumplir, creemos (aunque es indemostrable) que el sol saldrá mañana...

Comencé entonces a buscar las anheladas respuestas en aquellas áreas del quehacer humano que se especializan en la fe: a saber, las religiones. Allí encontré, efectivamente, que se daban respuestas a las preguntas básicas.... ¡Vaya si se daban! Una profusión de respuestas.... Pero, lamentablemente, éstas tampoco me satisficieron... No por su contenido, con el que en muchos casos yo sentía una fuerte afinidad de resonancia, sino por los siguientes dos motivos:

Todas las grandes religiones institucionalizadas con las que me encontré pretendían cada una ser dueña exclusiva de la verdad, en detrimento de las demás. Cada una alegaba que Dios, o el Principio de todo, hablaba exclusivamente su idioma, y no el de otra religión. Esto me resultaba de un provincialismo inadmisible. Que un Dios que se manifestaba en un universo de dimensiones galácticas hubiera elegido una única cultura del pequeñísimo planeta Tierra como su representante exclusivo me parecía una afirmación rayana con la herejía. Yo sentía que Dios había hablado, está hablando y hablará en todos los idiomas, en todas las culturas, en todos los planetas, en todos los sistemas solares, en todo el universo...

Cada religión presentaba sus verdades de forma dogmática y autoritaria. No se ofrecían pruebas experimentales de lo que se afirmaba; "creer" significaba creer "a ciegas", abjurando de toda pretensión de racionalidad o de cientificidad. Esta actitud tampoco era viable para mí. 

Y entonces allí estaba, sintiéndome un alien en todas partes, no "encajando" en ninguna. Para mis colegas de Filosofía, yo era una mística delirante. Para mis profesores de Religión, era una incurable libre-pensadora, algo peligrosa y nunca satisfecha. ¡A veces llegaba a llorar de pura soledad espiritual!

A los 36 años, a los ocho meses de mi tercer embarazo, la beba murió dentro mío. Durante diez días llevé su cadáver en mi panza. Yo, que creía fervientemente en el Poder-Inteligencia-Conciencia que anima todas las cosas, no podía entender para qué todo el trabajo de construir algo tan complicado como un cuerpo humano, si éste no iba a vivir. Me invadió una profunda angustia; comencé a comer en exceso ; me sentía inmensamente triste. Gracias a mi maravillosa familia, no caí en la depresión. Pero las respuestas no aparecían.

Un día, en la tintorería del barrio, vi un cartelito: "Yoga: salud corporal, paz mental y crecimiento espiritual." ¡En el estado en que me encontraba, parecía exactamente lo necesario!

Ese fue el comienzo de la segunda etapa espiritual de mi vida. Practiqué Hatha-Yoga, conocí a Mataji Indra Devi y a otros maestros maravillosos, me recibí de Instructora de Yoga, devoré cuanto libro de filosofía de la India encontraba: ¡hasta estudié sánscrito, el idioma sagrado de la India! Los directores de la Fundación Indra Devi, Iana y David Lifar, confiaron en mí y me permitieron enseñar más y más filosofía de la India. 

Con el Yoga, conocí lo que era la "espiritualidad." El Yoga se animaba con las "grandes preguntas", pero no me imponía lo que tenía que creer o pensar. El Yoga decía: "He aquí un cierto número de técnicas y procedimientos: posturas, respiración, meditación, alimentación, etc., que te pueden ayudar a expandir la conciencia y experimentar tú misma las respuestas. Prueba y verás. " Svaami Vivekaananda afirmaba que la verdadera religión era cuestión de experiencia, no de fe ciega. Mataji Indra Devi nos decía: "No me creáis a mí: ¡probad por vosotros mismos!"

Este fue el comienzo de diez años de felicidad espiritual. Enseñé filosofía de la India usando técnicas de Dinámica Grupal, tratando de que todos pudieran opinar y participar. 

Pero a mediados de los 90, comencé a sentirme insatisfecha con los resultados de mi labor docente. Sentía que mi forma de enseñar, aunque dinámica, estimulante e inspiradora, era todavía demasiado exclusivamente racional e informativa. Estaba llenando a mis alumn@s y a mí misma con mucha información, pero poca transformación. Notaba que todavía l@s alumn@s competían entre sí, buscaban la verdad afuera en lugar de adentro, padecían de estrés y de intelectualismo. Observaba que no confiaban en el Maestro Interior, no fluían con la realidad, carecían de paciencia, no amaban lo suficiente. En suma: ¡no eran felices!

Me di cuenta de que lo que yo quería enseñar, más que Filosofía, era Espiritualidad, siendo la diferencia entre ambas el énfasis que pone ésta última en la transformación interna del / de la practicante. ¿Cómo lograrla?

Comencé a introducir ocasionalmente algunas visualizaciones y meditaciones guiadas relacionadas con el tema de la clase. Me animé a algunas tibias experiencias de danza, música, expresión corporal, dramatización, fotografía...¡abrazos! L@s alumn@s no sólo participaban con entusiasmo, sino que ¡recordaban mucho más los temas tratados!

Las técnicas yóguicas, tal cual se practicaban en la Fundación Indra Devi, eran muy útiles como preventivas, correctivas y terapéuticas para las dolencias físicas, logrando también provocar cierto aquietamiento mental y aumento de la afectividad entre los practicantes, pero los resultados en cuanto a transformación espiritual no me dejaban conforme.

Otra cosa también me preocupaba del Yoga: me parecía que en su énfasis por el bienestar y la iluminación individual, descuidaba el aspecto familiar, social y planetario de la transformación espiritual.

Otra vez "no encajaba." Mi intuición me decía que para lograr la transformación interior, había que integrar cuerpo, mente, imaginación, creatividad y solidaridad, pero no sabía cómo hacerlo sistemática y fundamentadamente, y no encontraba guía por ningún lado. 

Pero, como bien dice el adagio esotérico, "cuando el discípulo está listo, el maestro aparece." Leyendo el libro "Ciencia y Espiritualidad", que registra el diálogo entre el biólogo Rupert Sheldrake y el teólogo Matthew Fox, me topé con un pasaje en el que éste último, tras criticar la educación occidental por su excesivo academicismo e intelectualismo, comenta que en la Universidad de Espiritualidad de la Creación, en Oakland, EEUU, hacía mucho tiempo que utilizaban el Arte como medio de transformación espiritual, en materias que llamaban "Arte-como-Meditación".

Internet operó el milagro del contacto y el Universo me proveyó de los medios para tener el privilegio de viajar cinco veces a los EEUU, completando las materias y requisitos para recibir el título de Doctora en Ministerio en Espiritualidad de la Creación.



¡Fue como un milagro! Allí encontré explicitadas, desarrolladas, fundamentadas y aplicadas, las ideas y creencias que desde siempre formaron mi visión del mundo: la visión de todas las cosas del universo como manifestación de una Vida-Conciencia-Misterio, la aceptación gozosa del universo, del propio cuerpo y de los propios talentos como regalos divinos a disfrutar y desarrollar, la reconciliación de Ciencia y Espiritualidad, el Ecumenismo profundo, la idea de que se puede ser espiritual en cualquier lado, inclusive en las grandes urbes, el respeto y la aceptación de las diferencias como enriquecedoras dentro de la Gran Unidad, la integración de la Espiritualidad con el bienestar de la sociedad y del planeta, la búsqueda de la transformación personal por medio de la integración de cuerpo, mente, emociones y creatividad, la reinvención del propio trabajo desde una perspectiva espiritual, etc.

La Espiritualidad de la Creación de Matthew Fox, que se inscribe en la gran tradición de las Espiritualidades Holísticas (en las que también se incluye el Hatha-Yoga), restituyó para mí la magia, la maravilla y la aventura de un universo significante. Nuestra propia existencia y la del mundo tienen sentido, pero éste constituye un mensaje a descifrar y un desafío a construir. Para ello contamos con muchos maravillosos instrumentos, incluyendo la razón. 

Fue mi deseo poder compartir en la Fundación Pléroma el regalo de esta cosmovisión que me trajo mucha felicidad a mí y que creo que puede traerla a quienes buscan una espiritualidad acorde a los avances y problemas del tercer milenio. Nos instalamos en el barrio porteño de Flores, donde un grupo de docentes impartían Yoga, Tai-Chi, Wing Chun, Danza Árabe, Canto de Mantras e inclusive Salsa, mientras yo daba talleres de Danza del Alma, Meditaciones Cotidianas, Espiritualidad Holística y Oración para la Sanación. Fue una experiencia formidable, donde intenté facilitar el acceso a la Espiritualidad a través del cuerpo y del arte, aunque no logré cuajar la Escuela de Espiritualidad Holística que soñaba. Distintos quiebres de mi vida familiar, económica y de salud confluyeron después de 3 años en el cierre del local de Flores. Una versión más modesta de Pléroma continuó funcionando durante 5 años en el Centro Yogaencasa, don Filosofía de la India, Física Cuántica y Danzas Circulares.

Hoy, ya cumplidas seis décadas de mi vida actual, quiero utilizar toda esa rica experiencia que el Universo puso a mi disposición, simplemente para facilitar el encuentro con lo Divino. Esto se logra mediante la expansión de la conciencia, utilizando para ello todos los recursos que la Naturaleza y las tradiciones de sabiduría ponen a nuestra disposición.
Creo firmemente que ésa es la solución última para todos los problemas que aquejan hoy a la humanidad, desde las adicciones, depresiones, violencia, injusticia social, falta de sentido de la vida, contaminación del planeta, guerras, etc.
Todos podemos tener acceso a esa unidad inmanente-trascendente, misteriosa, maravillosa, tremenda y orgánica, Ser-Conciencia-Felicidad, Gran Espíritu, que llamamos "Dios".




Camino Académico


Profesora de Filosofía (UBA)
Doctora en Ministerio en Espiritualidad de la Creación (UCS, EEUU)

 

Ex-Docente de Filosofía en la Universidad Nacional de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de la Patagonia "San Juan Bosco"
Ex-Docente de Filosofía de la India de la Fundación Indra Devi.
Directora de Fundación Pléroma de Espiritualidad Holística.
Ex-Docente de Filosofía de la India en el Centro Yogaencasa.

Hoy: Facilitadora de encuentros con lo Divino a través de Talleres de Reflexión Filosófica, Meditaciones Caminadas, Danzas Circulares y Citas Místicas On Line.

Libros:
  • Ejercicios de Lógica; Lógica proposicional (Paidós)
  • ¿Por qué permite Dios el mal en el mundo? (Deloscuatrovientos)
  • Las Formas del Yoga (Deloscuatrovientos)
  • Dios Adentro y Dios Afuera  (Dunken)


Traducciones:

  •  Matthew Fox: Meditando con Meister Eckhart (Uriel)
  • Matthew Fox: Espiritualidad de la Creación (Uriel)
Revisión de estilo:
  • "Levítico y haftarot en versión castellana"
  • "Números y haftarot en versión castellana"
  • "Deuteronomio y haftarot en versión castellana"

Autora de numerosos artículos sobre la Espiritualidad del Yoga en diversos diarios y revistas nacionales y de EEUU.